En ambientes pedagógicos uno de los conceptos más manidos, y de los que más polémicas esconde cuando se aborda en detalle, es el de evaluación. Y esto no sólo referido a disquisiciones técnicas sobre qué es, cómo y cuándo se lleva a cabo, con qué instrumentos, para qué se hace,…, sino también a discusiones sobre visiones globales de la enseñanza y la profesión educativa. De hecho, hay desde quien dice que lo que no se evalúa no se aprende, hasta quien afirma que no debiera existir evaluación alguna en el sistema educativo.
El caso es que ayer, a raíz de un tuit publicado por Dilo en voz alta, que cité mencionando el asunto de la evaluación continua al que aludía, y del que hubo respuesta, recordé alguna de estas diferentes percepciones y sistemas evaluadores, y se me ocurrió preguntarle a mi compañero PEPE, El Purista Evaluador, que es el que controla sobre el asunto.
Me comentó que a noción de evaluación continua está presente en la mayor parte de programaciones y documentos de centro, e incluso en la normativa, y obviamente también en cientos de libros y artículos (ejemplos casi al tuntún aquí, aquí… y hasta en el compendio del saber). Pero casi siempre se cita de forma vaga o ambigua.
Preguntad al gremio #docente qué es evaluación continua… y también habrá cabezazos contra la mesa 😉 https://t.co/bgWbKemuvZ
— Fran CasalF (@francasalf) 12 de septiembre de 2017
Y es que según él, el tema se complica cuando a evaluación le ponemos al lado adjetivos del tipo global, continua, formativa, sumativa, sistemática, flexible, etc. (y si después le sumamos los criterios, instrumentos, tipos,… aun es peor). Pero, ¿qué significan «estos palabros», si es que tienen un significado único?, ¿los ponemos «porque toca o mola», o porque es nuestra forma real de proceder en la práctica real?, ¿en las juntas de evaluación y en los resultados se ven reflejados estos posicionamientos evaluadores? Quedó en que hablaríamos sobre ello, porque vendría bien que todos reflexionásemos sobre estas y otras preguntas… y a ser posible con algo de autocrítica.
Más de una vez ha preguntado a compañeros, como en otras ocasiones un poco en plan provocador (es una forma que tiene a veces de fomentar el debate), sobre qué entienden ellos por evaluar, y más concretamente por hacer evaluación continua, y la verdad es que, además de aquellos que no eran capaces de responder (cual opositor pillado por el tribunal), se escucharon ideas dispares, incluso entre personas de un ámbito social y laboral similar. Las respuestas que eran de este tipo:
- En vez de hacer un examen al final del trimestre, tienes que hacer varios y más frecuentes.
- Teniendo en cuenta cuantas más cosas puedas para poner la nota: libreta, comportamiento, exámenes, deberes,…
- Eso es imposible porque no puedes estar evaluando todo el tiempo.
- En la calificación final tienes que poner la media de las notas que sacaron en los tres trimestres, simplemente.
- Lo que cuenta es la nota del final, independientemente de lo que sacaran en las dos primeras evaluaciones.
- Depende de la materia, porque en algunas al evaluar una cosa evalúas las anteriores, pero en otras no porque no las diste.
- E incluso, atención: eso es por los estándares, que son muchísimos.
Aunque algunas tienen parte de razón, otras transmiten mensajes extraños o directamente desconocimiento. Y sesgados, porque suelen estar centrados en el alumno y sus resultados académicos, como si la evaluación no fuese más allá, y como si no afectase al proceso en general, incluida la práctica docente.
PEPE cree que el debate sobre la evaluación continua continúa, y continuará, porque da lugar a cosas raras:
-Flexible, continua, sistemática y analítica.
-Entonces… ¿Aprobando el último apruebo toda la materia???— Javivi (@profesorgeohis) 13 de septiembre de 2017
Por tanto, os animo a hacer el experimento, que es el objetivo de este post. Preguntad a vuestro claustro o a vuestro círculo docente sobre este tema (y sobre otros), ved qué pasa, y a partir de ahí tomad decisiones: formación, acuerdos,… Seguramente descubrís que sobre aspectos cotidianos que pensamos son compartidos, hay distintas visiones; y si ampliamos la consulta a otros estamentos de la comunidad educativa, más. Ya lo decía Santos Guerra con su conocido ejemplo de la silla: un gran problema de los centros educativos es pensar que estamos hablando de lo mismo cuando no es así.