Tengo un compañero, buen docente con el que tengo gran confianza, que está obsesionado con la evaluación. Ha leído cientos de libros y de artículos sobre el tema, tiene un montón de libretas y carpetas llenas de esquemas y reflexiones sobre evaluación, ha probado distintos sistemas de en aulas reales de distintas etapas, y, por supuesto, se sabe al dedillo la normativa sobre evaluación (incluso la de otras comunidades autónomas).
Pero lo que lo diferencia del resto de profes es, según él mísmo, que lo de la evaluación se lo toma en serio, muy en serio. Un día incluso me dijo que aspiraba a convertirse en «un purista de la evaluación»: desde ese día yo le llamo cariñosamente El Purista Evaluador (EPE, o PEPE, como le digo a veces, ya que su nombre empieza por P). Por eso siempre que hay debate sobre evaluaciones y notas, acabamos hablando con él, aunque sólo sea para conocer su visión, normalmente cruda y directa.
Lo cuento porque hace unos días me lo crucé por un pasillo e iba todo enfadado. Le pregunté a qué se debía y me contó con su habitual tono decidido: «me han protestado porque he considerado suspenso un examen de recuperación con un 7, ¿te lo puedes creer?».
Al principio no le entendía, hasta que me explicó, y acabé dándole la razón. Veamos. Varios alumnos estaban suspensos en su área porque no habían entregado los trabajos encargados, habían faltado mucho a clase, no habían estudiado para las pruebas de control,… y se les ofreció, con toda la bondad del mundo, la posibilidad de hacer un examen sobre los mínimos del curso para intentar solucionarlo antes del día de entrega de boletines. Así, revisó el currículo y su programación, y eligió los contenidos imprescindibles, las cosas que como mínimo habría que saber para dar por superada la materia en el curso, y diseñó una prueba escrita con preguntas y ejercicios sobre ellas. Hizo el examen, lo revisó y puntuó, y salvo a un alumno que sacó la máxima nota, al resto los suspendió. Obviamente, pienso ahora, como era un examen de mínimos, sólo podía aprobar a quien demostraba tener todo correcto, pues si uno solo de los contenidos no estaba aprendido, ya no se habían alcanzado dichos mínimos. También me soltó su habitual retahila numérica: que si la escala 0-10 debería concretarse con el «porcentaje de carga curricular» del instrumento, que si un 10 en mínimos era un 5 en evaluación ordinaria, que si la ponderación,…
Su argumentación me dejó pensativo: ¿deben llevar la misma califiación alumnos que sacan la misma nota pero en distintas pruebas?, ¿los exámenes de mínimos deben conducir a dos únicas posibilidades: suficiente o insuficiente?, ¿puede el profe del año siguiente basarse en las notas que traigan sin conocer los instrumentos empleados para obtenerlas y sus características?, etc. No lo sé: la verdad es que yo no soy tan purista.
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