Nunca llueve a gusto de todos. Si tuviese que aplicar este refrán a alguno de los aspectos organizativos de un centro educativo, sería al tema de las guardias docentes: se use el sistema que se use, por más objetivo que se procure, siempre hay alguien que lo considera injusto.
La forma habitual de proceder consiste, de forma resumida, en que, a la hora de hacer los horarios, las jefaturas de estudios consideran un condicionante (otro más en su particular sudoku inicial): que siempre quede un número mínimo de docentes disponible para atender a las eventualidades. Con ello se busca cubrir las posibles necesidades del centro, a la vez que se completa el tiempo lectivo que debe hacer cada docente. En ocasiones, a ese reparto horario se le añaden criterios sobre la prioridad o rotación, sobre las funciones y lugares de las guardias (algo que también tiene su aquel, especialmente si el centro es grande), sobre la forma de avisar y registrar las substituciones, y sobre otros aspectos específicos de cada centro. Al final, de una forma más o menos laboriosa, y con mayor o menor acuerdo general, a principios de curso el asunto suele quedar plasmado en unas intrincadas tablas e indicaciones con las que se da por atado.
O eso parece, porque luego viene el día a día: profesores que cubren muchas más substituciones que el resto porque tienen guardia las horas en que más se falta; otros que se retrasan o no aparecen cuando les toca (o cuando la necesidad surge a mitad de sesión); situaciones en que el que asiste continúa con el trabajo de aula donde se quedó el último día (o donde dejó indicado el docente si es una ausencia prevista), mientras en otras la substitución implica una interrupción del proceso educativo… o incluso un retroceso; bajas docentes que se cubren durante días con guardias porque no se nombró a un substituto; etc. Y todo un clásico que denominaremos: la substitución alegre vs la substitución a regañadientes. Ojo, no saquemos conclusiones precipitadas sobre la implicación que se supone a cada una de ellas: en ocasiones ir sin rechistar, más que a voluntad de currar, se puede deber a que se va a disponer de una hora para corregir exámenes o leer el periódico (creedme, todavía pasa… y cosas peores también), mientras que protestar se puede deber a que alguien está embarcado en múltiples proyectos de centro e iniciativas personales, y dicha guardia le supone «perder de trabajar» en otra cosa. Por supuesto, también hay quien va a las guardias con total normalidad y sin mayor problema.
Ahora bien, la reflexión que me interesa ahora es: ¿son imprescindibles las guardias (y los problemas que plantean) en un centro educativo? Está claro que tiene que haber algún sistema para substituir a los docentes que faltan a alguna sesión o jornada laboral (obviamente, sus motivos y justificaciones tendrán… aunque ese sería tema de otro post), pero no tanto que tenga que haber un «horario o cuadrante de guardias», ni mucho menos discusiones sobre como realizarlo o como repartirlas.
Puede haber formas más creativas y eficaces de organizar los recursos humanos del centro, siempre y cuando se cuente con el personal necesario, y con la voluntad de llevarlas adelante (porque implican cambiar… cosa no siempre bien aceptada). Por ejemplo:
- Nadie tiene guardias en su horario, y se dispone de dos profesores simultáneamente en cada aula; igual el cuadro de personal no da para cubrir así todas las sesiones de todos los grupos, pero seguramente sí para muchas. Si un docente falta: 1) o bien no hay que substituirlo porque ya hay otro docente asignado a esa sesión/grupo (simplemente éste se haría cargo de la clase al completo); 2) o si el ausente estaba solo esa sesión, acude a cubrirlo un docente que esté en «una clase bipedagógica afin» en ese momento (lo mismo que pasaría si coincidiese que faltan justo dos que comparten grupo). Ya hay centros funcionando con sistemas similares, y parece que no lo llevan mal.
- Se hace un horario de guardias al uso, pero se asigna a cada profesor un grupo de referencia para realizar apoyos (siempre el mismo). Los que estén de guardia irán al aula en que falta el profe si se da el caso, o al grupo que apoyan si no hay que cubrir a nadie (pueden pasar las dos cosas a la vez, si falta el compañero al que se iba a apoyar). Reconozcamos que en ocasiones los apoyos no serían todo lo efectivos o coordinados que debieran, pero mejor así que no tenerlos.
Son dos posibilidades, de las muchas que permitiría la autonomía organizativa, que igualan a todo el profesorado, evitan algunos malentendidos, y lo más importante: benefician la atención a la diversidad, reducen funcional e internamente la ratio mediante el desdoble del grupo o el «desdoble docente», facilitan la socialización y el control del aula,…
Captura de pantalla de asctimetables, tomada de su web.