Está claro que los teléfonos móviles y similares se han convertido en una herramienta, no diría que indispensable, pero sí de enorme utilidad por sus amplias funciones y gran potencial. Pero esas mismas razones, y sus derivadas (como el mayor consumo de procesador por el desarrollo de las apps, la tendencia al «todo online»…), hacen que muchas veces que ese dispositivo que funcionaba perfectamente y que estaba comprado hacía no tanto, empiece a dar la lata.
Problemas de batería, de almacenamiento, de rendimiento, de seguridad… Por no hablar del problema de sostenibilidad que supone la aceleración del ciclo de compra-caducidad, si pensamos en términos de fabricación, reciclaje, economía, etc. (y más cuando algunas de las materias primas se extraen de contextos delicados). Que ese problema no lo notamos cuando usamos el móvil, pero también está ahí. Aunque esto no sea esa supuesta obsolescencia programada, sí que deja claro que es necesario reflexionar sobre si es necesario cambiar tan frecuentemente de teléfono, si hay tanta gente que necesite smartphones de gama alta, si podemos hacer algo para alargar la vida útil de los dispositivos…
He aquí unos cuantos consejos para hacer un uso más racional de los dispositivos móviles, que realicé recientemente para un NOOC.
